Los modelos neoliberales radicalizados están demostrando que no son lo que prometen y no quieren serlo, porque su fin es otro muy alejado de la institucionalidad. Una de las pruebas es la diferencia conceptual de la organización social con un Estado responsable, y determinante a la hora de garantizar la equidad y los derechos establecidos, preexistentes y necesariamente humanitarios.
Estos modelos que encarnan Donald Trump, Benjamín Netanyahu y el auto devaluado Javier Milei, a modo de monarquías arcaicas insustentables, terminan en una disociación generalizada. Y al producirse los efectos propios de un modelo abusivo del poder, salen a la luz falencias devenidas de las incapacidades para la administración del Estado.
Odian las convivencias y la horizontalidad buscando imponer la dominación absoluta. Por ello aplican también un modelo económico degradante que multiplica la indignidad a través de la pobreza. Media el vaciamiento y el retiro del Estado de las acciones asignadas por la Constitución Nacional. A pesar de eventuales adecuaciones, el modelo democrático es el que más se ajusta para el respeto de los derechos referidos.
Ya hemos tenido varias experiencias negativas; con gobiernos neoliberales electos y sin duda de facto, que una vez en el poder actúan de igual modo. Antes llegaban al gobierno con golpes de Estado y en las décadas pasadas, lo hicieron a través de elecciones con campañas colmadas de falsedades demostradas al entrar en funciones.
El 26 de octubre con el voto, el pueblo argentino podrá fortalecer posiciones para rescatar el modelo federalista; que corrija abusos del centralismo concentrador de recursos que deberían llegar a las provincias en tiempo y forma; evitando la injusticia distributiva que debe ajustarse a la realidad y no al criterio monárquico que desprecia a la Patagonia, y sólo valora Vaca Muerta.