El presente no es un editorial de queja sino de reiterada advertencia, ante lo que persiste en desmedro de la convivencia pacífica muy lejos de los cementerios porque es donde reina una sola alternativa. La residencia de la muerte no debe ser confundida con un clima de paz sino de pérdidas inevitables, irremplazables e irrecuperables.
No se trata de ser trágico sino ver la realidad por la que no cejan sus generadores y que todavía, hay personas que lo creen necesario. Nada peor que perder lo propio; perder la soberanía a manos de una especie de protectorado ejercido por el gobierno de los EEUU en connivencia con el FMI, entiéndase sus máximas autoridades.
Así como en las épocas de los imperialismos previos y durante la llegada de Colón al Caribe, y tomar tierras para la corona española; iniciando los controles de España, Francia o Inglaterra en tierras del nuevo continente dominado hasta hoy, salvo pocas excepciones.
Eran los protectorados con los virreyes en países latinoamericanos. Proceso que ha dejado más que resabios de la dependencia y hasta renovando esa condición por estos días desde nuestro país. De ese proceso pro individualista que repulsa el Estado que vaciaron y estafaron con una deuda enorme e impagable; pasando por la impavidez de un diálogo infructuoso, despolitizado que nadie escuchó desde la oposición, hoy se renueva y profundiza la pérdida de empatía, multiplicación de la violencia y el remate de la megalomanía. No es declamativo, es la gravedad económica, la nueva deuda y su consecuencia que dará a luz resultados en casos irreparables, irremplazables e irrecuperables.
Recordar cuando dijeron que sobraban 10 o 12 millones de personas en nuestro país, citando que muchos de los mayores antes o después morirían. Bestial expresión no del proceso natural sino la consecuencia con degradación de la vida patrimonios, soberanía, dignidad y los lógicos derechos que establece la Democracia.