Es sorprendente que los funcionarios con responsabilidades determinantes, rechacen la gestión política, las relaciones institucionales, la validez de los derechos humanos, la importancia de prevenir en salud o hacer frente a la enfermedad, lo infinitamente priorizable de la educación en todos sus niveles, la determinante intervención constructiva del Estado para el desarrollo de las comunidades, el cuidado del medio ambiente, la defensa de la soberanía y la disposición de la economía al servicio del pueblo.
Aspectos que, aunque globales en su expresión, son parte de la vida que, como derecho determinante, debe ser digna. Aspectos que hemos comprobado son soslayados por el presidente de la Nación y sus principales colaboradores. Horas atrás el ministro de Economía, Caputo, confesó con cruel y estúpida naturalidad que a él y al presidente “no les gusta la política”.
En todo caso es la incapacidad de ejercerla y como lo demuestran el temor a relacionarse con la cosa pública de la que se sirven pero tontamente niegan en su importancia. Del animal político sólo tienen la esencia de la especie zoológica aunque se diferencian porque piensan.
Lo peligroso es que son destructivos, perversos, irrespetuosos del Estado con todo lo que significa, irresponsables en la gestión, y sin duda, verdaderos tipos delictivos que se ufanan por el daño que hacen a las personas y a la Nación. Son hábiles gestores de deuda que no pagan, de un país que gobierno tras gobierno, sobre todo neoliberal, renace gracias a sus entrañas que estas personas siguen desperdiciando.
Son tan peligrosos que niegan los Poderes del Estado y proceden como dictadores imponiendo y ratificando el ajuste y la restricción económica; sin medir consecuencias de las que en varias elecciones provinciales les anticiparon el repudio que pueden recibir el 26 de octubre y en 2027.
Vetan leyes cual monarquía centralista y niegan una vez más la justa distribución de la riqueza.