La injusticia lastima el tejido de la organización social y moviliza reacciones peligrosas. La violencia verbal expresada desde el gobierno encabezado por Javier Milei, se ha trasladado al quehacer cotidiano. Nada es suficiente para controlar los desatinos frente a las normas o reglas de convivencia, cuando desde la presidencia se siguen generando situaciones con fines condicionantes.
Escenas groseras y violentas que se han conjugado con el libertinaje para terminar abusando del poder indisimuladamente. Al extremo de comprometer el futuro lejano con deudas realmente impagables y peor aún, multiplicadas.
Lo inverosímil se ha convertido en lo adecuado y el insulto es la palabra corriente, para maquillar un mensaje vacío que ha ganado espacios impensados. Veamos algunas escenas en el Congreso Nacional con hombres y mujeres que se regodean desde la ignorancia política convertida en un honroso estandarte.
Así se esmeran en vilipendiar a otras personas sintiéndose amparados por la versión presidencial, que no evita reiterar ofensas ante la discrepancia u opinión diferente. El estado de ánimo se altera en los que copian el estilo abusivo, y reflejan los efectos de sus necesidades. Las que aumentan en una economía degradante del poder adquisitivo, y estimulante de la impotencia por lo perdido que no quieren reconocer.
Impusieron la desigualdad como factor del común denominador forzando la grieta que no sólo es política sino de corte social. Impusieron eso de la gente de bien adepta a las barbaridades y el desequilibrio; frente a los marrones, mierdas y descalificaciones de las que hacen gala cual honroso estilo de vivir y de ser.
Si frente a esto se piensa con individualismo por el sálvese quien y como pueda, o se actúa desde la comodidad de alguna cuota de poder exclusivista devenida del voto popular, no habrá cambio superador, y sólo quedará esperar un fracaso de la gestión abusiva, segregacionista, improductiva y esclavista económicamente.


